Contrario a lo que se piensa, el 12 de octubre no es una fecha para celebrar sino para lamentar. La invasión de españoles y portugueses de la peor calaña significó la aniquilación masiva de los aborígenes de estas tierras y sus ricas costumbres; de su patrimonio, representado en sorprendentes obras de arquitectura y avances científicos como la astronomía; la inoculación de enfermedades endémicas de otras latitudes y el saqueo de las riquezas naturales, especialmente de los metales preciosos, para financiar el consumo suntuario en la metrópolis y decorar los templos cristianos en el viejo mundo. El eufemísticamente llamado choque de culturas no fue otra cosa que el avasallamiento y la imposición de la cultura conquistadora, con todas sus aberraciones, como la religión y los vicios traídos de ultramar. Por eso resulta irónico que los vasallos modernos de otros imperios rememoren con nostalgia tan deplorable suceso, sin escarbar un poco en su cerebro sobre el verdadero significado del mal llamado descubrimiento.
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