Buscar en este blog

29 julio 2014

La Tercera Vía, ¿en contravía?


 
 SEMANA
27/07/2014

La Tercera Vía, ¿en contravía?

Por: Germán Uribe

OPINIÓNNo se trata de “crecer para repartir”, como lo plantean algunos, sino de “repartir para crecer”, como con tanta audacia lo dijera el expresidente Lula.



No sé por qué cada vez que alguien alude a esa postura política denominada Tercera Vía se me vienen a la memoria las palabras con que nuestras mamás y abuelas mandaban a la porra cualquier fantasiosa iniciativa nuestra: “eso son embelecos, mijo”, repetían con cierto aire de haber pronunciado una sentencia inapelable que nos dejaba sumidos en el desconcierto, y por añadidura regañados e impotentes. Y eso mismo es lo que pienso ahora respecto de esta tentativa, recurrente en el Presidente Santos, de relanzar una “doctrina” a la que yo no dudaría en llamar simplemente “modalidad”, y cuyo fundamento, más que concretar una tercera opción entre capitalismo y socialismo, parece ser un salvavidas para la supervivencia de la socialdemocracia, o como lo reseñara alguien, “un auténtico caballo de Troya del neoliberalismo cuya concepción aspira a encontrar el punto de equilibrio para sostener un desarrollo económico con la menor de las afectaciones sociales.”
Referencia obligada de esta corriente es el sociólogo Anthony Giddens, autor de entre otras obras, “Más allá de la izquierda y la derecha: El futuro de las políticas radicales”, cuyo sólo título induce a imaginarnos su intención primigenia de asistir a la socialdemocracia en su declive, ofreciendo como precepto de esta nueva intencionalidad del pensamiento político y económico el postulado que reza literalmente “el mercado hasta donde sea posible y el Estado hasta donde sea necesario”, con lo que se asomaba ya la propuesta de un malicioso estilo con tintes de mixtura de lo privado con lo público, buscando con ello facilitar un falso logro de equidad en el desarrollo social y económico de las naciones. Y poco a poco esta ave fue cogiendo vuelo hasta ser adoptada por gobernantes como Romano Prodi en Italia, Tony Blair en el Reino Unido y Lionel Jospin en Francia quienes, armados con la tesis del agotamiento del comunismo y el fracaso del neoliberalismo, exploraban la manera de acomodarse en un conveniente centro político, al tiempo que blandían las banderas de la democracia y la promesa de un crecimiento económico beneficioso para todos, pero sin abandonar, y por el contrario, acentuando el método de desregularizar mientras se privatizaba.
Pero veamos. Sus principios teóricos rechazan de igual manera al extenuado “laissez faire” y sus secuelas neoliberales en apogeo desde el siglo pasado, como al control absoluto del mercado propuesto por el sistema comunista, aunque hay que reconocer que al tiempo que aboga por la profundización de la democracia, propende por el acelerado desarrollo de la educación y la tecnología, lo que se le abona. No obstante, en suma, podría decirse que lo que busca esta tendencia es que el Estado y el mercado alcancen una convivencia tal que permita, en armonía con el desarrollo, la sobrevivencia del capital pero inclinados a aceptar alguna regulación que, sin llegar a extremos de estatalización o colectivización, sea consecuente con el bienestar de toda la sociedad. Es decir, dicen sus partidarios que el Estado como organización política institucionalizada y el mercado con sus funciones de comercio, producción y consumo, deben velar en consonancia, el primero, con la equidad en la distribución de la riqueza, y el segundo con el crecimiento económico. Tal cual.
Sin embargo, las buenas intenciones por si solas de nada sirven. Por ello traigo a colación esta valiosa reflexión de Cristina de la Torre en su columna de El Espectador: “Si la socialdemocracia fue solución intermedia entre comunismo y capitalismo, la Tercera Vía lo fue entre neoliberalismo puro y duro -a la Thatcher- y la izquierda socialdemócrata que instauró en la posguerra el Estado de bienestar. Resultado de la “nueva” opción: el mismo neoliberalismo, maquillado de economía mixta y reducido, en suma, a un asistencialismo que se pretendió sustituto del Estado redistributivo e igualitario.”
Y es que en este mundo de tan extravagante febrilidad mercantil, ahora vigorizada por la globalización, el reino dictatorial del mercado sigue y seguirá per sécula seculórum, y el pedido con buenas maneras -sin revoluciones ni sangre- de la Tercera Vía para que haya tanto Estado como sea necesario y tanto mercado como sea posible, a mi parecer es rebuscado y melifluo, y por tanto embaucador y opuesto a quienes reclaman con acierto desde la izquierda, “tanto Estado como sea posible, tanto mercado como resulte necesario.”
Así las cosas, quienes piensan en la Tercera Vía como el sendero feliz que nos conducirá al bienestar general, a la justicia impecable y a la paz eterna, enterrando de paso aquellas concepciones extenuadas de capitalismo y socialismo, se engañan.
Mientras en la mentalidad del Presidente Santos, vocero fanático y desbocado de este frágil artificio denominado Tercera Vía, persista la insólita idea y su absurdo empeño por aplicar aquella teoría económica de “crecer para repartir” y no, por ejemplo, como lo afirmara el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, “repartir para crecer”, ni la Tercera Vía tendrá en Colombia tierra abonada para una siembra exitosa, ni el futuro de este embeleco podrá echar raíces en ningún país y menos reconocimiento alguno en la historia política de la humanidad. 
Digámoslo de una vez: La Tercera vía no pasa de ser un ave de corto vuelo avanzando a tientas y en contravía.
guribe3@gmail.com

13 julio 2014

La “tercera vía” sí existe: es un discurso de encubrimiento

Un texto polémico y vertical sobre las verdades a medias, las falacias y las mentiras de esa “tercera” vía que no existe en el mundo real sino en los discursos de derecha. No al capitalismo rampante o encubierto, pero también no al socialismo caduco.

Rodolfo Arango

Tomado de Razón Pública
7 de julio de 2014

Hegemonía de un modelo

La Tercera Vía ha dado de que hablar en los últimas semanas. De ella hacen eco medios y columnistas proclives a élites sociales y otrora dirigentes mundiales, sin importar lo desprestigiados que estén en sus propios países.

Vale la pena hacer algo de claridad sobre el tema: la Tercera Vía no es la supuesta alternativa al capitalismo y al socialismo, como se quiere presentar. Más bien se trata de un discurso de encubrimiento del capitalismo hoy hegemónico y sólo desafiado por el terrorismo y el radicalismo islámico.
Hasta el presente no existe una alternativa a las formas y relaciones de producción que representan el capitalismo y el comunismo. 
En su fase más aguda y avanzada, el capitalismo corporativo transnacional ha mostrado una efectividad prodigiosa. Para probar este aserto baste con mencionar las políticas económicas, laboral y social, que ya no son formuladas “democráticamente” a nivel nacional: ellas son impuestas por instancias internacionales, incluso de carácter privado, que deciden el destino de los pueblos sin que sus integrantes lleguen siquiera a enterarse.

¿O acaso cree alguien que fueron el partido de la U, el otrora “glorioso” partido liberal y el “benemérito” partido conservador los que en representación del pueblo colombiano aprobaron la flexibilización laboral, y no organismos internacionales siguiendo la cartilla del consenso de Washington?
 
El mercado y el Estado

Hasta el presente no existe una alternativa a las formas y relaciones de producción que representan el capitalismo y el comunismo. Diversas alternativas están sobre el tapete, pero sólo a nivel teórico. Baste mencionar una: el socialismo de mercado, que  garantiza la propiedad privada de los bienes de consumo, pero no de los medios de producción; en su versión más actual, acepta incluso que estos últimos y la fijación de precios sean determinados por el mercado, pero bajo planificación del gobierno y con participación de los trabajadores en la administración y ganancias de las empresas.  
La tal Tercera Vía carece de un modelo de formas y relaciones de producción distinto de   de las dos opciones que dice querer superar. Se trata de una típica hipóstasis del discurso con la realidad: se pretende crear nuevas realidades fácticas vía discursos, reemplazando hechos con palabras.
Con su fórmula “tanto mercado como sea posible, tanto Estado como sea necesario”, la Tercera Vía de Santos encubre la realidad del libre comercio internacional, legal e ilegal, en beneficio de grandes conglomerados, por lo general privados, en procura de crecientes capitales con destino a paraísos fiscales (black pool). Bajo el uso de las expresiones “posible” y “necesario”, afloran los prejuicios de sus promotores: el mercado es sinónimo de libertad, el Estado de lo contrario.

Otro sería el paseo si la fórmula fuese “tanto Estado como sea posible, tanto mercado como sea necesario”: Esto en atención a que vivimos en un país inculto adverso a la ley y amigo del atajo.  
Con este fácil juego de palabras, los tecnócratas de derecha buscan maximizar el mercado y minimizar el Estado, sinónimo de ineficiencia, corrupción y arbitrariedad. Se obedece así la cartilla neoliberal, con sus recetas de desregularización de la economía, privatización de funciones, entidades y bienes públicos y reducción del Estado, pese a sus devastadores efectos sobre la desigualdad, la equidad y la solidaridad social.

La muerte del socialismo 

En su versión benigna, la Tercera Vía parte de supuestos errados, a semejanza de  Fukuyama con el efímero “fin de la historia” y de las ideologías.

Uno de tales supuestos es creer que el marxismo como utopía emancipadora ha perecido, sepultada por el fracaso del comunismo soviético o del socialismo chavista del siglo XXI. Pero con estos ejemplos se confunden experiencias históricas, por cierto fallidas e inaceptables dada su negación del pluralismo étnico, cultural, de género, político o religioso, con la búsqueda de verdaderas alternativas a formas y relaciones de producción que perpetúan la dominación.

La superficialidad del debate se hace patente cuando se centra simplemente en la condena al totalitarismo o en la exaltación de la libertad como motor de la motivación, innovación o productividad.
 
Detrás del eslogan

Pero no todo es superficial o benigno en el discurso encubridor de la Tercera Vía.

Un dogmatismo fanático trasluce en la pepa de su raciocinio instrumental, propio de la actual clase política gobernante: óptimos de Pareto, condiciones de Samuelson, etc., son formas de reducir las grandes decisiones políticas, económicas y sociales sobre democracia, guerra, soberanía o relaciones internacionales, a problemas de eficiencia, como si la idea de la utilidad gobernara al ser humano y no al contrario.

El “unilateralismo” del análisis económico, que desecha variables y simplifica la complejidad del contexto cultural y político en su metodología para modelar matemáticamente, resulta tan totalitario como el pensamiento colectivista que dice combatir. La privatización de la salud, la educación y la justicia, por presuntas razones de eficiencia, evidencia la ideología de derecha latente bajo la máscara socialdemócrata.

El discurso de la Tercera Vía complementa al discurso de la paz. Con su medianía y su mezcolanza pretende ser social pero de paso coopta, anula el disenso y liquida la democracia. Dineros públicos y privados seguirán fluyendo para mantener el estado de cosas, impedir la democratización y entronizar la corrupción. Mientras tanto, las grandes reformas al régimen territorial, de tierras, de poder político y de garantías a la oposición seguirán siendo imposibles, en buena parte por ser incompatibles con los negocios internacionales. La corrupción y la guerra, modus operandi del capitalismo transnacional, se encargarán de aportar su cuota de terror, también necesaria para reactivar el aparato productivo y controlar la población mundial.

La verdadera tercera vía

Desafíos más dignos de discutir en la búsqueda de alternativas reales al capitalismo y al comunismo soviético o al socialismo castro-chavista se centran, por ahora, en el análisis de la libertad.

Tanto el historiador Quentin Skinner, con su defensa de un tercer concepto de libertad, como el filósofo Philip Pettit, con su propuesta de “libertad como no dominación”, ofrecen perspectivas republicanas más enriquecedoras que las de la Tercera Vía para analizar los alcances y límites de la libertad.

No debe desanimarnos que hoy predominen el capitalismo transnacional y su mancorna, el pensamiento posmoderno. Por el contrario, la debilidad teórica de su reencauche debe animarnos, puesto que ella no podrá superar el culto al mercado, el avance del militarismo y de la corrupción (como acaban de mostrarlo los manejos oscuros de Tony Blair en su gestión como “enviado de paz” a Oriente Medio), o el aumento del fanatismo religioso como consecuencia de intervenciones humanitarias con fines económicos.

Desenmascarado el discurso de cooptación política que acompañará el segundo periodo presidencial de Santos, queda abierta la pregunta de cómo construir un orden internacional verdaderamente republicano, en el cual las potencias extranjeras abandonen su mentalidad colonialista y explotadora de naciones “inferiores” o subordinadas.
Afloran los prejuicios de sus promotores: el mercado es sinónimo de libertad, el Estado de lo contrario.
Al igual que una constitución republicana parte de la libertad, la igualdad y la solidaridad entre sus ciudadanos, el orden político internacional debe reconstruirse sobre condiciones de igualdad real que tengan en cuenta la injusticia histórica del colonialismo y las nuevas formas de su resurgimiento.

En la exploración de alternativas es importante volver a los clásicos del pensamiento, a la lectura, al debate crítico, para combatir la estrategia televisiva transnacional de embrutecimiento, con el espejismo de vivir bien porque se participa visualmente de la vida de los otros. “Realities” que acercan a la audiencia anónima a similares del género humano y les permiten, por un momento, gozar de una gloria personal prestada. O enlatados empobrecedores, como si todos tuviéramos derecho a una cuota de estupidez en el mundo.

Por el momento no existen alternativas al capitalismo imperante y al comunismo caduco. Pero eso no debe incomodarnos.

Por el contrario, debería animarnos el hecho de poder detectar las manipulaciones a las que estamos sometidos con el pensamiento único de una derecha activa y militante, de múltiples rostros, dispuesta a arrasarlo todo y a todos con su pathos tanatológico.

El aporte para una  transformación radical podría venir de una izquierda crítica y reflexiva, no una cooptada y confundida que cree necesario acoger el discurso de unanimidad para tener una opción sobre la tierra. La emancipación del género humano es una utopía vigente, al igual que lo es la búsqueda de formas y relaciones de producción sensibles a las diferencias y respetuosas de otros seres vivos. Si persistimos en este difícil trabajo de domesticar la política nacional y mundial  estaremos dando pasos en la dirección correcta