El efecto de la desigualdad
Tomado de revista SEMANA
Por Margarita M. Orozco Arbeláez*
OPINIÓN
Una sociedad inequitativa es menos democrática, menos eficiente y castiga al más valioso recurso de cualquier economía: el ser humano.
Foto: SEMANA
Qué
 tienen en común una pareja de profesionales a punto terminar su 
doctorado, empleados en universidades privadas, con dos niños en edad 
escolar, a quienes el Fondo Nacional del Ahorro les niega un préstamo 
para comprar casa porque exceden el nivel de endeudamiento; con mi 
colega de 23 años, c
    
on maestría de la mejor universidad de Colombia, 
endeudada de por vida con el Icetex, que hoy devenga la mitad de lo que 
se gana otro profesional, con su misma formación en la misma empresa, 
porque a algún genio se le ocurrió que era un buen negocio contratar a 
alguien joven por la mitad de la plata; y mi empleada, que trabaja en un
 hotel, en donde antes era mucama, hasta que despidieron a todos los 
empleados y ella terminó sola cubriendo los oficios de aseo, mensajería y
 otras labores agregadas en lo que hoy son 25 “Aparta Suits”; y su 
esposo, que todos los días viaja del sur al norte de la ciudad para 
recibir 23.000 pesos por 12 horas de trabajo, que pueden ser 13, 14 ó 
15, sin contrato y con “liquidación” diaria. 
Todos
 tienen en común que son buenos ciudadanos y trabajadores, son 
dinámicos, inteligentes, le aportan al país y sin embargo sienten que 
están estancados sin poder avanzar a una vida mejor porque trabajan para
 una economía que no funciona bien, que es sumamente inequitativa y 
desigual.    
Pese a que la encuesta de 
Comunicación y Participación Política 2012 que realiza el Centro de 
Investigación en Comunicación Política (CICP) de la Universidad 
Externado de Colombia revela que el 78 % de los colombianos quiere 
absoluta equidad en la distribución del ingreso, y sólo el 5 % acepta la
 inequidad extrema que se presenta en nuestro país, pocas personas 
comprenden la magnitud de la misma y el impacto que esto tiene en la 
vida cotidiana de las personas.  No sólo se trata de las escandalosas 
cifras que nos indican que el 10 % más rico en Colombia se lleva la 
mitad del Producto Interno Bruto, mientras que el 10 % más pobre apenas 
tiene el 0,6 %. De lo que se trata, en el fondo, es que una sociedad 
inequitativa, es también una sociedad menos democrática.   
Un
 análisis más detallado sobre el tema de la desigualdad debe llevarnos a
 pensar que, en una democracia inequitativa, la política también tiende a
 ser inequitativa y esta última, por tanto, tenderá a un desarrollo 
económico desequilibrado entre los distintos sectores sociales, a favor 
de los más ricos.  Esto explica por qué en Colombia el problema de la 
desigualdad aumenta en lugar de disminuir, trayendo consecuencias 
nefastas no sólo para la clase media y baja, también para el desarrollo y
 eficiencia del país y de la sociedad en su conjunto.
No
 en vano el premio Nobel de economía Joseph Stiglitz, en su libro “El 
precio de la desigualdad” advierte la consecuencias que deben pagar los 
países inequitativos ya que este tipo de sociedades no funcionan de 
forma eficiente y no son sostenibles a largo plazo. 
Según
 el autor, “cuando los más ricos utilizan su poder político para 
beneficiar en exceso a las empresas que ellos mismos controlan, se 
desvían unos ingresos muy necesarios hacia los bolsillos de unos pocos, 
en vez de dedicarse al beneficio de la sociedad en general”.  Esto 
ocasiona un círculo vicioso en el que los ricos son más reacios a gastar
 el dinero en necesidades comunes, o en educación, porque claro, ellos 
pueden pagar colegios y universidades privadas, ir al club en lugar del 
parque público y pagar medicina prepagada para no tener que hacer fila 
en el POS, y al hacerlo, la sociedad se divide más.
La
 inequidad también tiene consecuencias mucho más tenues y macabras. La 
educación mercantilizada hace que las familias se endeuden en 
universidades con ánimo de lucro que no garantizan una educación de 
calidad para conseguir un empleo con el cual devolver el préstamo una 
vez se termina la carrera; las familias que deben trabajar por más horas
 en cualquier cargo extra no tienen tiempo calidad con sus hijos; las 
empresas extractivas acaban con los recursos naturales sin que se les 
imponga un costo por el daño causado al medio ambiente y lo más 
importante, cuando hay desigualdad se descuida el más valioso recurso: 
el ser humano, en su forma más productiva posible, pues la manera como 
las empresas tratan a sus trabajadores -incluyendo cuánto les pagan– 
afecta la productividad, lo cual redunda en el desarrollo del país.
La
 sensación de que nuestro sistema es injusto también acaba con la 
confianza, eso que Robert Putnam define como capital social y que es 
indispensable para lograr lazos de cooperación entre los distintos 
actores. Así cuando la confianza se debilita se afecta la economía, la 
política, se erosiona la cohesión y comienza el conflicto dando lugar a 
la criminalidad y la inestabilidad social.          
Nunca
 conseguiremos un sistema con total igualdad de oportunidades, pero con 
un nivel más alto de conciencia sobre el problema y con una correcta 
formulación de políticas económicas podríamos disminuir la brecha. La 
pregunta de fondo es si a ese 10 % por ciento más rico le interesa el 
cambio, y si el 90 % restante de la población está dispuesto a pelear 
por una sociedad más justa. Todos saldríamos ganando, porque preocuparse
 por los demás, como decía Tocqueville,  no solo es bueno para el alma, 
sino también para los negocios.     
*Docente – Investigadora 
Centro de Investigación en Comunicación Política (CICP)
Facultad de Comunicación Social – Periodismo 
Universidad Externado de Colombia
En Twitter: @morozcoa
margaraorozco@yahoo.es
 
 
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