El Gobierno y la Embajada de los Estados Unidos celebraron el primer año del TLC. Con base en la información de macrorruedas y ferias, anuncian la entrada de empresas y productos al mercado estadounidense. Al igual que ocurrió con la apertura económica y con la Ley 100, las reformas no se estudian ni se siguen objetivamente.
La información del primer año que siguió a la
entrada en vigencia del tratado contradice todos los vaticinios
oficiales sobre empleo, modernización y balanza de pagos. En el último
año no se ha creado ni un solo empleo, la industria revela el peor
desempeño de los últimos cinco años, la agricultura no sale del marasmo,
las exportaciones caen 20% y las de Estados Unidos, 30%.
La relación de Colombia con EE.UU. tiene similitudes con la de los países periféricos de Europa y Alemania. El euro se concibió en la creencia de que todos los países de la unión enfrentan condiciones semejantes. Hasta ahora se han venido a reconocer las asimetrías. La crisis de Europa no se originó en las políticas internas, sino en el aumento de la productividad de Alemania acompañado de la restricción salarial. Los países periféricos experimentaron déficits en cuenta corriente, que en un principio se compensaron con endeudamiento y déficits fiscales, pero luego, en un monumental error histórico, fueron obligados a sustituirlos por medidas de austeridad que los precipitaron a la recesión y el desempleo.
Todo esto ha venido a corroborar el error de los acuerdos comerciales entre países de diferente nivel de desarrollo, más dentro de la moneda única. A la luz de la teoría de la ventaja comparativa, que se fundamenta en la creencia de que todos los países se especializan en los bienes que tienen esta propiedad, se presume que las economías de menor desarrollo pueden soportar la competencia sin mayores modificaciones de los salarios y el tipo de cambio. El mito se derrumba cuando se advierte que en la actualidad el superávit en cuenta corriente de Alemania asciende a 6% del PIB y supera en tres veces el déficit del resto de la zona. El pez grande se come el chico.
El país no sólo presumió que estaba en las mismas condiciones de EE.UU. sino que le dio todo tipo de ventajas. Así, Colombia bajó los aranceles cuatro veces más que EE.UU. y estos mantuvieron los subsidios a la agricultura. En todos los estudios previos realizados en los dos países se anticipaba que las importaciones colombianas se incrementarían mucho más que la exportaciones. Luego, el país entró en el TLC con la industria y la agricultura desmanteladas, el déficit en cuenta corriente de 7% del PIB en términos reales y el tipo de cambio revaluado.
En el último año se presentó un rápido deterioro de la competitividad con dimensiones destructivas en las confecciones, textiles y autopartes, y amenaza con extenderse. El consumo y las utilidades empresariales quedaron a cuenta de las importaciones que socavaban la producción y el empleo, lo que no era sostenible. La economía cayó en la senda de crecimiento de 2% sin empleo. Se configuró la deficiencia de demanda efectiva ocasionada por el déficit en cuenta corriente.
Estamos ante el fracaso de la teoría de ventaja comparativa que inspiró la apertura, el euro y los TLC. La resistencia de los gobernantes y pensadores a reconocer esta realidad y modificar el modelo económico ha desatado un proceso de difícil retorno. Las economías de menor desarrollo, como la colombiana, quedan asediadas por los déficits en cuenta corriente y la desindustrialización.
La relación de Colombia con EE.UU. tiene similitudes con la de los países periféricos de Europa y Alemania. El euro se concibió en la creencia de que todos los países de la unión enfrentan condiciones semejantes. Hasta ahora se han venido a reconocer las asimetrías. La crisis de Europa no se originó en las políticas internas, sino en el aumento de la productividad de Alemania acompañado de la restricción salarial. Los países periféricos experimentaron déficits en cuenta corriente, que en un principio se compensaron con endeudamiento y déficits fiscales, pero luego, en un monumental error histórico, fueron obligados a sustituirlos por medidas de austeridad que los precipitaron a la recesión y el desempleo.
Todo esto ha venido a corroborar el error de los acuerdos comerciales entre países de diferente nivel de desarrollo, más dentro de la moneda única. A la luz de la teoría de la ventaja comparativa, que se fundamenta en la creencia de que todos los países se especializan en los bienes que tienen esta propiedad, se presume que las economías de menor desarrollo pueden soportar la competencia sin mayores modificaciones de los salarios y el tipo de cambio. El mito se derrumba cuando se advierte que en la actualidad el superávit en cuenta corriente de Alemania asciende a 6% del PIB y supera en tres veces el déficit del resto de la zona. El pez grande se come el chico.
El país no sólo presumió que estaba en las mismas condiciones de EE.UU. sino que le dio todo tipo de ventajas. Así, Colombia bajó los aranceles cuatro veces más que EE.UU. y estos mantuvieron los subsidios a la agricultura. En todos los estudios previos realizados en los dos países se anticipaba que las importaciones colombianas se incrementarían mucho más que la exportaciones. Luego, el país entró en el TLC con la industria y la agricultura desmanteladas, el déficit en cuenta corriente de 7% del PIB en términos reales y el tipo de cambio revaluado.
En el último año se presentó un rápido deterioro de la competitividad con dimensiones destructivas en las confecciones, textiles y autopartes, y amenaza con extenderse. El consumo y las utilidades empresariales quedaron a cuenta de las importaciones que socavaban la producción y el empleo, lo que no era sostenible. La economía cayó en la senda de crecimiento de 2% sin empleo. Se configuró la deficiencia de demanda efectiva ocasionada por el déficit en cuenta corriente.
Estamos ante el fracaso de la teoría de ventaja comparativa que inspiró la apertura, el euro y los TLC. La resistencia de los gobernantes y pensadores a reconocer esta realidad y modificar el modelo económico ha desatado un proceso de difícil retorno. Las economías de menor desarrollo, como la colombiana, quedan asediadas por los déficits en cuenta corriente y la desindustrialización.
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