Educación y disciplina
En 1932 el longevo filósofo y matemático inglés publicó un libro, Elogio de la ociosidad,
que contenía el siguiente ensayo sobre la educación. Pese a los años
transcurridos, el texto conserva una sorprendente actualidad.
Cualquier teoría seria acerca de la educación debe constar de dos
partes: de una concepción de los fines de la vida y de una ciencia sobre
la dinámica psicológica —por ejemplo, las leyes del cambio mental. Dos
hombres que difieran acerca de los fines de la vida no pueden esperar
llegar a un acuerdo sobre educación. La máquina educativa a lo largo de
la civilización occidental ha sido dominada por dos teorías éticas: la
de la cristiandad y la del nacionalismo. Estas dos, cuando se toman en
serio, son incompatibles, tal como se está volviendo evidente en
Alemania. Por mi parte, sostengo que, donde difieren, la cristiandad es
preferible, pero donde coinciden ambas están erradas. La concepción por
la que yo abogaría, en cambio, como propósito de la educación es la de
civilización, un término que, como yo lo entiendo, tiene una definición
parcialmente individual, parcialmente social. Consiste, en el individuo,
en sendas cualidades intelectuales y morales: intelectualmente, en
algún mínimo conocimiento general, destreza técnica en la propia
profesión y en el hábito de formar las opiniones a partir de la
evidencia; moralmente, en imparcialidad, amabilidad y en una mínima
cantidad de autocontrol. Debería añadir una cualidad que no es moral ni
tampoco intelectual, sino quizás psicológica: alegría y gusto por la
vida. Leer más