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02 diciembre 2011
09 noviembre 2011
Los baby teachers: hijos del neoliberalismo
Los baby teachers: hijos del neoliberalismo
Por: Carlos Fajardo
La ideología del neoliberalismo crea y reproduce los elementos que sustentan esta fase del capitalismo. En la estructura intelectual de esta etapa voraz del capital ofician los profesionales encargados de que funcionen bien los engranajes de la religión del mercado.
Hijos del neoliberalismo –en realidad, neoconservadores–, han sido educados para obedecer, aceptar y aplicar las ordenanzas de un capitalismo mordaz. Alabar y no rechazar son sus eslóganes. Con tales actitudes, aspiran a fortalecer los regímenes antes que a mostrar sus debilidades. Son los nuevos técnicos del pensamiento. Alfabetizados en las tecnologías, han hecho de éstas un tótem supremo desde el cual creen conocer en profundidad el mundo, la realidad del mismo. Despolitizados, des-socializados, individualistas y tecnócratas, se estremecen ante la palabra confrontación. Seguidores del pensamiento utensiliar, son monaguillos que vuelven culto los reglamentos autoritarios de la educación. Son los baby teachers de las universidades: eficaces, eficientes, autómatas bilingües, “todo terreno”, choferes de las tecnologías. Gestionan sin queja la dictadura normativa de las llamadas investigaciones universitarias. Hijos del neoliberalismo, baby teachers de las instituciones.
En Colombia hay grandes laboratorios que los producen en serie y se reproducen exponencialmente. Todos han egresado de universidades que debieron sufrir el azote de la Ley 30, que no sólo impulsó una agresiva privatización sino que además las ahogó en su misma sustancia al obligarlas a llevar un plan acelerado de acreditación acorde a las exigencias del mercado global. Como consecuencia, se desmontaron currículos, se ajustaron los planes de estudio a nefastos objetivos, y se desterró todo proyecto de una pedagogía crítica y renovadora.
En varios aspectos, los discursos doctrinales, religiosos, moralistas y políticos de esta primera década del siglo XXI se asemejan a los de la llamada Regeneración de la República Conservadora impuesta en el país desde 1880 hasta 1930: servidumbre hacendaria y partidista, maniqueísmos religiosos y morales, conservadurismo, ideología imperial y papal, controles a la educación, censura camuflada, obstáculos a la modernidad crítico-creativa, centralismo intelectual, rechazo a la autonomía del intelectual disidente. Las pocas conquistas de autonomía universitaria, docente, estudiantil e intelectual, lograda de los 60 a mediados de los 80, fueron diluyéndose y cambiándose por una adaptación servicial e integrada al “nuevo orden global”. La consolidación de la economía de mercado, del poder de los medios masivos de comunicación, de las tecnologías digitales; la urbanización y la inmigración masiva, la privatización en serie y en serio, la banalización de la cultura, son algunos contextos en los cuales se desarrolló y se llevó a cabo el pensamiento neoconservador de última hora. Como consecuencia, observamos el paso de los intelectuales críticos a los baby teachers “todo terreno”, adaptados al son que les toquen.
Desde aproximadamente 1990, un cambio radical impacta en las estructuras universitarias. Todos sus estamentos han sido lentamente transformados. El neoliberalismo atrapó las libertades colectivas e individuales que todavía eran posibles en las instituciones tanto públicas como privadas. Así, los profesores, los estudiantes y los intelectuales entraron en un espacio de mayor control. Se impuso un lenguaje administrativo y ecónomo. Con ello se pasó de una activa reflexión a la sumisión de la gestión. Entonces, conceptos como eficiencia, eficacia, competitividad, flexibilización, administración e insumos comenzaron a formar parte del lenguaje de los ámbitos educativos. Como resultado, tenemos un nuevo tipo de intelectual: el docente eficiente con lenguaje ecónomo. El denominado “relevo generacional”, es decir, jóvenes profesores que reemplazan a los viejos intelectuales de vanguardia crítica, y el nombramiento de economistas y administradores en los mandos medios de dirección académica garantizan las reformas curriculares acordes con las demandas neoliberales. Golpe bajo al trabajo crítico y humanista; ganancia para el trabajo administrativo. Burócratas contra intelectuales.
De manera que la Universidad se adapta a las exigencias del mercado, edificando el llamado por algunos teóricos “capitalismo académico”: una “universidad emprendedora”, lo que quiere decir subordinada a la mercantilización de sus componentes. El “capitalismo académico”, impuesto como política central por los países de élite, asume la educación como industria, fábrica, business university. La Universidad queda reducida a un bazar de servicios educativos, y de bienes simbólicos y culturales, con clientes y accionistas (los estudiantes), con obreros y asalariados (los profesores), con productos (los resultados de las investigaciones, los saberes y conocimientos) y gerentes ecónomos, administradores (directivas). En este bazar universitario, a los logros académicos de los profesores se les evalúa o controla en forma cuantitativa, es decir, por la cantidad de productos de investigación, publicaciones, cátedras, participación en eventos. Al profesorado se le trata como a un insumo, un objeto consumible y consumidor. Las lógicas de la comercialización de la eficacia y de las competencias de rentabilidad dominan el territorio.
¿Dónde está la autonomía crítica del docente intelectual? Los baby teachers dan la respuesta: son cosas del pasado, dicen; peticiones de una historia muerta, enterrada. En su lenguaje dan un no a la memoria y un sí al ahorismo consumible, adaptado. La instrucción y la formación de docentes que hacen de la tecnocracia algo plenipotenciario, o bien que asumen la modernización tecnológica, impuesta desde arriba, con preocupante ingenuidad, es una de las más grandes heridas en el corazón de la academia. Ante la reflexión, se propone la gestión; frente al debate político y cultural, se irrumpe con una relajación pragmática; contra una actitud de confrontación y diferencia, se establece una postura de adaptación, aceptación y confort académico. Es la mercadización de lo social, de lo educativo, donde triunfan las dinámicas de lo administrativo, del gerencialismo. En esta forma, la paranoia, la autocensura y el conformismo se reivindican en estos escenarios empresariales de hipervigilancia y control competitivo.
El ascenso del pensamiento neoconservador y la globalización económica neoliberal ha contribuido a crear este tipo de docente universitario adaptado y adaptable. De modo que al joven docente le han otorgado un papel de legitimador político, cultural y moral de los regímenes hegemónicos. Atrás quedaron los tiempos del intelectual disidente, las posiciones libertarias. ¡Oh, baby teachers, bienvenidos al futuro!
Tomado de:
Le Monde Diplomatique. Edición Colombia.
Nov. 09-11
29 octubre 2011
HAITÍ, PAÍS OCUPADO
Haití, país ocupado
By Eduardo Galeano
Tomado de Global Research, October 4, 2011, Página 12
Consulte usted cualquier enciclopedia. Pregunte cuál fue el primer país libre en América. Recibirá siempre la misma respuesta: los Estados Unidos. Pero los Estados Unidos declararon su independencia cuando eran una nación con seiscientos cincuenta mil esclavos, que siguieron siendo esclavos durante un siglo, y en su primera Constitución establecieron que un negro equivalía a las tres quintas partes de una persona.
Y si a cualquier enciclopedia pregunta usted cuál fue el primer país que abolió la esclavitud, recibirá siempre la misma respuesta: Inglaterra. Pero el primer país que abolió la esclavitud no fue Inglaterra sino Haití, que todavía sigue expiando el pecado de su dignidad.
Los negros esclavos de Haití habían derrotado al glorioso ejército de Napoleón Bonaparte y Europa nunca perdonó esa humillación. Haití pagó a Francia, durante un siglo y medio, una indemnización gigantesca, por ser culpable de su libertad, pero ni eso alcanzó. Aquella insolencia negra sigue doliendo a los blancos amos del mundo.
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De todo eso, sabemos poco o nada.
Haití es un país invisible.
Sólo cobró fama cuando el terremoto del año 2010 mató a más de doscientos mil haitianos.
La tragedia hizo que el país ocupara, fugazmente, el primer plano de los medios de comunicación.
Haití no se conoce por el talento de sus artistas, magos de la chatarra capaces de convertir la basura en hermosura, ni por sus hazañas históricas en la guerra contra la esclavitud y la opresión colonial.
Vale la pena repetirlo una vez más, para que los sordos escuchen: Haití fue el país fundador de la independencia de América y el primero que derrotó la esclavitud en el mundo.
Merece mucho más que la notoriedad nacida de sus desgracias.
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Actualmente, los ejércitos de varios países, incluyendo el mío, continúan ocupando Haití. ¿Cómo se justifica esta invasión militar? Pues alegando que Haití pone en peligro la seguridad internacional.
Nada de nuevo.
Todo a lo largo del siglo diecinueve, el ejemplo de Haití constituyó una amenaza para la seguridad de los países que continuaban practicando la esclavitud. Ya lo había dicho Thomas Jefferson: de Haití provenía la peste de la rebelión. En Carolina del Sur, por ejemplo, la ley permitía encarcelar a cualquier marinero negro, mientras su barco estuviera en puerto, por el riesgo de que pudiera contagiar la peste antiesclavista. Y en Brasil, esa peste se llamaba haitianismo.
Ya en el siglo veinte, Haití fue invadido por los marines, por ser un país inseguro para sus acreedores extranjeros. Los invasores empezaron por apoderarse de las aduanas y entregaron el Banco Nacional al City Bank de Nueva York. Y ya que estaban, se quedaron diecinueve años.
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El cruce de la frontera entre la República Dominicana y Haití se llama El mal paso.
Quizás el nombre es una señal de alarma: está usted entrando en el mundo negro, la magia negra, la brujería...
El vudú, la religión que los esclavos trajeron de Africa y se nacionalizó en Haití, no merece llamarse religión. Desde el punto de vista de los propietarios de la Civilización, el vudú es cosa de negros, ignorancia, atraso, pura superstición. La Iglesia Católica, donde no faltan fieles capaces de vender uñas de los santos y plumas del arcángel Gabriel, logró que esta superstición fuera oficialmente prohibida en 1845, 1860, 1896, 1915 y 1942, sin que el pueblo se diera por enterado.
Pero desde hace ya algunos años, las sectas evangélicas se encargan de la guerra contra la superstición en Haití. Esas sectas vienen de los Estados Unidos, un país que no tiene piso 13 en sus edificios, ni fila 13 en sus aviones, habitado por civilizados cristianos que creen que Dios hizo el mundo en una semana.
En ese país, el predicador evangélico Pat Robertson explicó en la televisión el terremoto del año 2010. Este pastor de almas reveló que los negros haitianos habían conquistado la independencia de Francia a partir de una ceremonia vudú, invocando la ayuda del Diablo desde lo hondo de la selva haitiana. El Diablo, que les dio la libertad, envió al terremoto para pasarles la cuenta.
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¿Hasta cuándo seguirán los soldados extranjeros en Haití? Ellos llegaron para estabilizar y ayudar, pero llevan siete años desayudando y desestabilizando a este país que no los quiere.
La ocupación militar de Haití está costando a las Naciones Unidas más de ochocientos millones de dólares por año.
Si las Naciones Unidas destinaran esos fondos a la cooperación técnica y la solidaridad social, Haití podría recibir un buen impulso al desarrollo de su energía creadora. Y así se salvaría de sus salvadores armados, que tienen cierta tendencia a violar, matar y regalar enfermedades fatales.
Haití no necesita que nadie venga a multiplicar sus calamidades. Tampoco necesita la caridad de nadie. Como bien dice un antiguo proverbio africano, la mano que da está siempre arriba de la mano que recibe.
Pero Haití sí necesita solidaridad, médicos, escuelas, hospitales y una colaboración verdadera que haga posible el renacimiento de su soberanía alimentaria, asesinada por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y otras sociedades filantrópicas.
Para nosotros, latinoamericanos, esa solidaridad es un deber de gratitud: será la mejor manera de decir gracias a esta pequeña gran nación que en 1804 nos abrió, con su contagioso ejemplo, las puertas de la libertad.
(Este artículo está dedicado a Guillermo Chifflet, que fue obligado a renunciar a la Cámara de Diputados del Uruguay cuando votó contra el envío de soldados a Haití.)
* Texto leído ayer por el escritor uruguayo en la Biblioteca Nacional en el marco de la mesa-debate “Haití y la respuesta latinoamericana”, en la que participaron además Camille Chalmers y Jorge Coscia.
28 octubre 2011
CÓMO SE DISTRIBUYE LA RIQUEZA MUNDIAL
A escala mundial, 3054 millones de personas (67,6%), con activos menores a 10 mil dólares, reciben tan solo el 3,3% de la riqueza mundial. En el otro extremo, 29,7 millones de personas (0,5% de la población mundial), con activos superiores a 1 millón de dólares, acaparan el 38,5% de la riqueza. Si agregamos el segmento de población con activos entre 100 mil y un millón de dólares, que asciende a 369 millones de personas (8,2% de la población mundial) y que concentra el 43,6% de la riqueza global, se tiene que tan solo el 8,7% de la población acapara el 82,1% de la misma. En la franja intermedia encontramos al grupo de personas con activos entre 10 mil y 100 mil dólares, que asciende a 1,066 millones (23,6% de la población global) y que concentra el 14,5% de la riqueza. Esta seria una especie de clase media mundial.
Fuentes:
Real-World Economics Review Blog
Wall Street Journal
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